lunes, 18 de agosto de 2008

DE PUNTUALIDAD Y TARDANZA





Esa tarde llegué puntual. Me apuraba, en primer lugar, estar a la hora convenida; aunque, luego, una mezcla de ansiedad, miedo, felicidad y nerviosismo, junto con el bullicio propio de la cafetería, lograron que me olvidara del tiempo.


Hasta ese momento, la puntualidad y la tardanza tenían significados más bien vagos para mí y se diría que con frecuencia hasta los llegué a confundir.


Lo menos que esperaba era oir precisamente una voz asi: "Perdón por la tardanza, no fue fácil llegar...", sonó casi como caricia, después de un cordial saludo.


Más que sorpresiva, fue inquietante su voz. Su terso timbre me arropó por completo y un calorcito, entre dulce y seductor, recorrió todo mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. Corto usuario del idioma de Cervantes, apenas un "hola" pude externar, al tiempo que su mirada atrapaba la mía.


A pesar de parecerme sorprendente y nueva aquella presencia, la conocía desde siempre; estaba seguro de ello. Dos espléndidos ojos como los suyos, llenos de luz, son de los que uno trae surcidos a las entrañas quizá antes de nacer.


Una hora o dos pasaron como un suspiro. De pronto, estaba solo caminado por una ancha avenida. Me pareció muy rápido el encuentro, y con exagerada precisión yo diría. Metí las manos a las bolsas de la gabardina para encontrar el siguiente mensaje perfectamente escrito en una servilleta con la rúbrica de la cafetería: "Te espero pasando las estrellas. Se puntual".











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