lunes, 15 de junio de 2009

LA SILLA


Te veo en mi habitación de cuarto piso, con muebles de tercera, esperenazas de segunda y sueños de primera. No hay mucho que descatar del que es el primer refugio (el segundo es, sin duda, la oficina) de un viejo "lobo estepario" como yo, a no ser por las plantas más o menos bien cuidadas, un confortable sillón negro ideal para la lectura (quizá otros placeres), y una silla de madera con asiento de cuero y respaldo de palma tejida.

Y es en el primero que descansas para beneplácito de mis ojos. Te invito un café, me sirvo uno y lo consumimos despacio, procurando ambos conservar cierta higiene en nuestra actitud y modales. Luego, avanzamos por el camino trivial de las preguntas: ¿cómo va todo?, ¿qué dice el clima tan cambiante?, ¿qué película nueva viste ultimamente?. Me miras de reojo y yo correspondo igual. No atino a descifrar lo que hay atrás de tu mirada...curiosidad, interés, picardía...Estas y otras palabras cruzan en mi mente sin aclarar mis dudas. Las muejeres son así, inexplicablemente mujeres. Y que bueno.

Inquieto, más bien nervioso, camino por aquí y allá, dando vueltas a tu figura menuda, sensual y bien formada que descansa sobre el sillón. Me acerco y no puedo contener un impulso: ver el contorno de tus senos; exaltados, arropados por un delicado sosten de encaje lila mudo y feliz testigo de una deleitable rutina cotidiana de sube y baja. Senos, cuya textura tersa y antojadiza, se adivinan hechos para acariciar, mimar, besar...soñar.

De pronto, estoy demasiado cerca para evitar el beso. No te beso, no me besas...nos besamos lentamente pero con pasión, recorriendo el borde de nuestros labios con la lengua primero y después con más fuerza. Solidarizados con nuestra mutua necesidad de afecto. Deseosos, excitados por una circunstancia que intuíamos ajena a nuestra propia voluntad. Así comenzamos una rutina implacable, cachonda, decidida...Al fin profesionales espontáneos de eso de hacer feliz al otro, de que que el otro sea más importante que uno.

Con la luz inundando mi estancia y mis emociones, te levanto y luego de un instante me descubro apretando tus pezones, duros y orgullosos. Libero tu cuerpo ganando espacio sobre la débil resistencia de tu vestimenta, mientras tu desnudez irradia electricidad a mis ojos y manos y tu voz sensual le sube la temperatura a mi oído.

Te separas y de inmediato avanzas hacia mí, me abrazas y despiertas las cosquillas mas sentidas, las sensaciones mas ardientes que mi cuerpo jamás había experimentado. El resultado es obvio: me despojo de una ropa que comenzaba a quemarme.

Tus manos diestras desafían mi infinita necesidad de poseerte y juegan con la poca paciencia que aún nos queda. Nos miramos a los ojos. Leemos nuestros deseos. Calmo mi boca sobre la tersura de tu cuello y hombros, mientras me acaricias la entrepierna. Muerdo uno de tus pezones...lo gozo, lo recorro con mi lengua y dejo que mi saliva lo envuelva. Paso al otro y repito el celestial ejercicio. Un ir y venir de excitantes imágenes invade mi pensamiento. Se acelera mi pulso.

Con el corazón en la garganta, las manos sudorosas y aturdido en extremo, te llevo hasta la silla y me siento primero. Luego lo haces tú sobre mí, de frente, y comenzamos a besarnos y acariciarnos casi con violencia. En cuestión de minutos, la habitación completa está al rojo vivo. El momento es decididamente fogoso, encendido, candente. La pequeña silla parece derretirse al hospedarnos. Y en sus agudos rechinidos lo mismo se adivina una reclamación que un frénetico festejo.

Tu mano se apropia de mí. Recorre mi pecho y mi espalda con cálidos trazos y con los dedos en "v" detalla las venas y el calor de mi inflamado miembro. Juguetea con una gota de mis humedades y la entreteje en el espesor de tu pelambre y el mío.

Cambias de posición para ofrecerme tu espalda y tus caderas ataviadas con provocativas curvas. Enseguida otra vez como al principio. Apoyas tus brazos en mis hombros y damos inicio a un delirante ritmo que celebran nuestros cuerpos. El meneo constante de tus caderas lo mismo me lleva hacia tu interior que hasta el mismísimo cielo. Te oprimo contra mí, presionando tus nalgas firmes y rotundas, para después hundir mi lengua en tu boca buscando su sabor.

En este momento siento en la humedad de tu sexo, dulce y ardiente, un efusivo mensaje de agradecimiento. Después, a mi conjuro mental tus espléndidas piernas se enroscan a mi cintura y tu mano guía mi mano por todos los rincones de tu anotomía. Volvemos a mirarnos y llegamos a las mismas conclusiones. Te dejas entrar y me dejo envolver. Te dejas gozar y me dejo tener.

Nos reinventamos en la silla. Ahora te arrodillas en ella y yo disfruto un horizonte que en mucho se parece a lo sublime. Acaricias coquetamente tus sensuales pies (¡Ay esos maravillosos pies tuyos mi dulce criatura!) y el nacimiento de tus nalgas, justo en el momento que exploro a besos toda tu geografía, desde la cabeza a los tobillos. Me acerco a tí, avanzo amoroso, lentamente, dentro de tí. Y al tiempo que me aferro a tu sudado cuerpo y te susurro entrecortadamente palabras apasionadas a los oídos, se escapa de tu boca un discreto grito de placer primitivo y vital. Intercambiamos besos, lenguetazos y mordisquitos. Nos arrancamos gemidos y demás sonidos de placer. Tu sexo y el mío se detallan entre sí y su dilatación se realiza por todo el universo. Acabamos juntos para volver a empezar. Acabamos juntos para ir a la cama a tomar un descanso. Luego en un instante casi mágico y a punto del llanto, comenzamos a recordar.




1 comentario:

Cut Domínguez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.