jueves, 18 de junio de 2009

CON MÚSICA DE MORRICONE


Estuve sentado horas y horas cerca de mi ventana de cuarto piso, contemplando una luna excelsa y brillante, con las manos entrelazadas enmedio de las piernas y evocando las noches cálidas de mi pueblo. Soplaba un viento frío que golpeaba mi cara. Me costaba creer como en tan poco tiempo mi ánimo podía abatirme así, al grado de impedirme "conversar" con mis pensamientos e incluso sentir cierta incomodidad al escuchar la múisica que más me gustaba.

Quizá fueron los rayos de ese espléndido astro, quizá fue la luz mandarina y tibia de su presencia invisible que me iluminó de pronto. Lo cierto es que en un barquito de papel puse lo mejor de mis recuerdos y me arrisgué gustoso a restarle dimensión a mi tristeza. Creí que semejante recurso era lo más conveniente en este tipo de menesteres.

Impulsados por mi demedido anhelo y las notas musicales de Morricone, sus pequeños dobleces llevaron al barquito de papel por todos los rincones de mi habitación, depositando aquí y allá rotundas manifestaciones de júbilo. Sin embargo, sólo Dios supo todo lo que ocasionó tan súbito vacío generado por mi desconsuelo.

En esa minúscula nave de papel se reunieron melancólicos, más bien agobiados, las macetas, el sillón negro, la silla de madera, una lámpara de barro, un viejo perchero y un ramo de jacintos; este último reiterando a sus camaradas que el perfume de sus ejemplares regresaría, tan pronto pudiera ver mis ojos reflejados en sus ojos maravillosos y su sonrisa que todo lo ilumina.

La noche se hacía más vieja y la luna se comenzaba a opacar. Procuré abatir mi congoja, pero simplemente no lo pude lograr. Pudo más el descontento y la penumbra. Después de ver largos minutos su retrato, donde aparece sonriente, con quién sabe qué músicas en el pensamiento, me repetí una y otra vez: "Quisiera que estuvieras aquí, conmigo, mi niña deliciosa". Luego de llorar como un niño al que le quitan su juguete, trepé al barquito de papel y me quedé profundamente dormido...con música de Morricone.

miércoles, 17 de junio de 2009

BAJO LA DUCHA



Bajo la ducha, descubrí tu geogarfía y me llevaste a conocer el paraiso.
Bajo la ducha, sin pudor, olí tu perfume y, con toda dignidad, convocaste con tu espalda mis sentidos.
Bajo la ducha, comencé a esculpir tu fragancia con caricias y con sueños repasando como ciego, hasta hacer de tu vientre y tus caderas un teclado.
Bajo la ducha, descubrí otros placeres al regalarme tu cuerpo un concierto de gemidos que detonaba al explorar mi mano sus rincones.
Bajo la ducha, nos quitamos el disfraz y descubrimos a los seres que se atraen.
Bajo la ducha, mi boca con ansia y tus pechos se juntaron.
Bajo la ducha, dejaste que rozara tu rostro con mis manos, embriagándote de besos, en pausas delicadas, mientras tu halabas mi cintura y hacías un bosquejo que interrumpías apenas para separar, sin prisa, fronteras olvidadas.
Bajo la ducha, lavaste mis pecados con la magia de tus pies, mientras yo me encargaba de lo tuyo.
Y así, bajo la ducha, en perfecta comunión, con la música más grata: la que tocaron nuestros cuerpos, perdimos la noción del espacio y tomamos al tiempo de rehén.

lunes, 15 de junio de 2009

LA SILLA


Te veo en mi habitación de cuarto piso, con muebles de tercera, esperenazas de segunda y sueños de primera. No hay mucho que descatar del que es el primer refugio (el segundo es, sin duda, la oficina) de un viejo "lobo estepario" como yo, a no ser por las plantas más o menos bien cuidadas, un confortable sillón negro ideal para la lectura (quizá otros placeres), y una silla de madera con asiento de cuero y respaldo de palma tejida.

Y es en el primero que descansas para beneplácito de mis ojos. Te invito un café, me sirvo uno y lo consumimos despacio, procurando ambos conservar cierta higiene en nuestra actitud y modales. Luego, avanzamos por el camino trivial de las preguntas: ¿cómo va todo?, ¿qué dice el clima tan cambiante?, ¿qué película nueva viste ultimamente?. Me miras de reojo y yo correspondo igual. No atino a descifrar lo que hay atrás de tu mirada...curiosidad, interés, picardía...Estas y otras palabras cruzan en mi mente sin aclarar mis dudas. Las muejeres son así, inexplicablemente mujeres. Y que bueno.

Inquieto, más bien nervioso, camino por aquí y allá, dando vueltas a tu figura menuda, sensual y bien formada que descansa sobre el sillón. Me acerco y no puedo contener un impulso: ver el contorno de tus senos; exaltados, arropados por un delicado sosten de encaje lila mudo y feliz testigo de una deleitable rutina cotidiana de sube y baja. Senos, cuya textura tersa y antojadiza, se adivinan hechos para acariciar, mimar, besar...soñar.

De pronto, estoy demasiado cerca para evitar el beso. No te beso, no me besas...nos besamos lentamente pero con pasión, recorriendo el borde de nuestros labios con la lengua primero y después con más fuerza. Solidarizados con nuestra mutua necesidad de afecto. Deseosos, excitados por una circunstancia que intuíamos ajena a nuestra propia voluntad. Así comenzamos una rutina implacable, cachonda, decidida...Al fin profesionales espontáneos de eso de hacer feliz al otro, de que que el otro sea más importante que uno.

Con la luz inundando mi estancia y mis emociones, te levanto y luego de un instante me descubro apretando tus pezones, duros y orgullosos. Libero tu cuerpo ganando espacio sobre la débil resistencia de tu vestimenta, mientras tu desnudez irradia electricidad a mis ojos y manos y tu voz sensual le sube la temperatura a mi oído.

Te separas y de inmediato avanzas hacia mí, me abrazas y despiertas las cosquillas mas sentidas, las sensaciones mas ardientes que mi cuerpo jamás había experimentado. El resultado es obvio: me despojo de una ropa que comenzaba a quemarme.

Tus manos diestras desafían mi infinita necesidad de poseerte y juegan con la poca paciencia que aún nos queda. Nos miramos a los ojos. Leemos nuestros deseos. Calmo mi boca sobre la tersura de tu cuello y hombros, mientras me acaricias la entrepierna. Muerdo uno de tus pezones...lo gozo, lo recorro con mi lengua y dejo que mi saliva lo envuelva. Paso al otro y repito el celestial ejercicio. Un ir y venir de excitantes imágenes invade mi pensamiento. Se acelera mi pulso.

Con el corazón en la garganta, las manos sudorosas y aturdido en extremo, te llevo hasta la silla y me siento primero. Luego lo haces tú sobre mí, de frente, y comenzamos a besarnos y acariciarnos casi con violencia. En cuestión de minutos, la habitación completa está al rojo vivo. El momento es decididamente fogoso, encendido, candente. La pequeña silla parece derretirse al hospedarnos. Y en sus agudos rechinidos lo mismo se adivina una reclamación que un frénetico festejo.

Tu mano se apropia de mí. Recorre mi pecho y mi espalda con cálidos trazos y con los dedos en "v" detalla las venas y el calor de mi inflamado miembro. Juguetea con una gota de mis humedades y la entreteje en el espesor de tu pelambre y el mío.

Cambias de posición para ofrecerme tu espalda y tus caderas ataviadas con provocativas curvas. Enseguida otra vez como al principio. Apoyas tus brazos en mis hombros y damos inicio a un delirante ritmo que celebran nuestros cuerpos. El meneo constante de tus caderas lo mismo me lleva hacia tu interior que hasta el mismísimo cielo. Te oprimo contra mí, presionando tus nalgas firmes y rotundas, para después hundir mi lengua en tu boca buscando su sabor.

En este momento siento en la humedad de tu sexo, dulce y ardiente, un efusivo mensaje de agradecimiento. Después, a mi conjuro mental tus espléndidas piernas se enroscan a mi cintura y tu mano guía mi mano por todos los rincones de tu anotomía. Volvemos a mirarnos y llegamos a las mismas conclusiones. Te dejas entrar y me dejo envolver. Te dejas gozar y me dejo tener.

Nos reinventamos en la silla. Ahora te arrodillas en ella y yo disfruto un horizonte que en mucho se parece a lo sublime. Acaricias coquetamente tus sensuales pies (¡Ay esos maravillosos pies tuyos mi dulce criatura!) y el nacimiento de tus nalgas, justo en el momento que exploro a besos toda tu geografía, desde la cabeza a los tobillos. Me acerco a tí, avanzo amoroso, lentamente, dentro de tí. Y al tiempo que me aferro a tu sudado cuerpo y te susurro entrecortadamente palabras apasionadas a los oídos, se escapa de tu boca un discreto grito de placer primitivo y vital. Intercambiamos besos, lenguetazos y mordisquitos. Nos arrancamos gemidos y demás sonidos de placer. Tu sexo y el mío se detallan entre sí y su dilatación se realiza por todo el universo. Acabamos juntos para volver a empezar. Acabamos juntos para ir a la cama a tomar un descanso. Luego en un instante casi mágico y a punto del llanto, comenzamos a recordar.




viernes, 10 de octubre de 2008

ESTAS HORAS, ESTOS MINUTOS...



Estas horas, estos minutos que no te he visto, no he podido darle alas a todo lo que más quiero, pero sobre todo a los pensamientos que me envuelven, por todo lo que valen y lo que significan. Como nunca, he dormido mucho y soñado poco, en un deliberado ejercicio de autocastigo por no ver la luz.

Estas horas, estos minutos he escrito mi desencanto en alma y mente, he sacado mi traje más viejo del ropero para que cubra mi cuerpo, he escuchado una y mil veces el Réquiem de Mozart y pocas ocasiones intenté una sonrisa.

Estas horas, estos minutos que no te he visto, como ninguna otra vez he imaginado a qué sabe la miel y han aumentado mis ganas de decir "te extraño".

miércoles, 1 de octubre de 2008

SI PUDIERA...



Si pudiera cambiar el tiempo,
te buscaría en esa otra vida
para amarte como he soñado.
Si pudiera sumar y restar,
me restaría la edad y me sumaría
a tí para desafiar la lluvia y caminar
en medio de los charcos.
Si pudiera volar,
traspasaría montañas, valles y ríos
para protegerte contra todas las
tempestades y darte mi calor.
Si pudiera hacer tratos con Dios,
le pediría poder para sanar todo tu malestar;
fortaleza inacabable para velar tu sueño
y el valor necesario para poderte besar.

lunes, 15 de septiembre de 2008

SIN TUS ZAPATOS PUESTOS




Quiero quitarme los zapatos
y andar descalzo por el mundo sabiendo que me quieres.
Quiero quitarme los zapatos
y descansar bajo la sombra de un árbol de mi pueblo.
Quiero quitarme los zapatos
y soñar a que te sueño sin tus zapatos puestos.



lunes, 8 de septiembre de 2008

T E R E S A


Como se describe un alma, una fuerza y un sentimiento arraigado de muchas vidas, de mirada sencilla y rostro sereno, te llamo amor. Destino. Sólo al estrechar mis recuerdos, esa palabra que viene ya grabada...Teresa de mi corazón, estas líneas son dedicadas a tí.


En aquella tierra abrupta, que mi inocencia de niño transformara en jardín, conocí cerros, ríos y un espléndido cielo; éste que para salir de noche se viste de estrellas. En mi jardín supe, también, de mis amigos los que para mi abuelo eran invisibles, y que para mis ojos brotaban en forma de manantiales y vientos, en un infinito horizonte verde. Otros crecían como jacarandas y geranios, o en formas de tórtolas y colibríes con los que nunca dejé de platicar.

Fue afortunado y de altura mi jardín, que duda cabe. Lo rodeaban barrancas, soportó tormentas; como es de suponer, algunas de sus flores se marchitaron, algunos arroyos se secaron. Pero en el centro de ese fascinante huerto, mi huerto, o más bien el huerto de ella hubo siempre un árbol -un amate monumental, diría yo- que resistió noblemente a todas las tempestades, y cuyo tronco era su fuerza, la fuerza mía. Y fue precisamente la cortés sombra de ese tronco la que me permitió disfrutar uno de los sueños más placenteros que mi piel recuerda. Estando frente a ella le dije:

-Pareces una mujer inteligente, generosa y con la bondad a flor de piel, aunque tus actitudes denuncian el desenfado, la apatía e incluso cierto enojo, dolor y defensa ante la vida; pero me gustaría ver que escondes bajo el pecho y si tu corazón corresponde a lo que supongo -señalé, tomando una de sus blancas manos llenas de ampollas.

Rápidamente se abrió el pecho cubierto de cicatrices y casi atropellando las costillas ofreció a mi vista un enjambre de pálidos y firmes huesos, donde descansaba un saludable corazón.

-Ahora me gustaría conocer más de cerca tu corazón- me dijo, con voz dulce, al tiempo que tomaba mi mano izquierda y la acercaba a la de ella.

Después de consultar el servicio de viajes imaginarios de ida y vuelta de mi jardín, y de tratar de aprovechar las excelencias de su clima para la curación de todo tipo de males cardiacos, divisé un letrero que decía "Con atención especial para niños" y supuse que algo no andaba bien.

Pasó algún tiempo y cuando crei que ya sabía mucho de corazones, mi músculo cardiaco comenzó a crecer y crecer...al doble...al triple y aún más. Hasta convertirse en una gigantesca masa escarlata; pero yo sentía miedo. El hecho es que...¡mi corazón no palpitaba!

-¿Qué pasa? mi corazón es demasiado grande y tiende a seguir creciendo; sin embargo, se niega a palpitar- le dije mirando sus ojos marrón claro y brillantes como el sol.

-Es compresible tu temor mi niño. Los corazones, como los afectos, poseen los caminos más intrincados y delicados que conozco. Sin embargo, el desasosiego que oprime al tuyo se calmará tan pronto le dediques la atención adecuada y, sobre todo, si procuras tenerle cerca uno que coincida o empalme con el tuyo. Dicho esto, se rasgó la piel nuevamente, extrajo su enorme corazón y lo colocó en el interior de mi pecho.

No acababa de despertar de este maravilloso sueño, de sonreir satisfecho, cuando mi corazón comenzó a vomitar estruendosas palpitaciones de júbilo. Se armó ahi una brincadera: él dentro de mis costillas y yo a un lado del tronco.

Este árbol es de los que uno jamás se aleja porque siempre han sido dueños del tiempo. Porque sus ramas fueron siempre frondosas, renovadas, protectoras. A su su sombra me crié y me quité los huaraches para practicar mi ejercicio favorito: ¡soñar!. Árbol duro solamente de corteza, a veces hostil, pero igualmente sabedor de la importancia de sonreír para sí mismo y para los demás. Árbol que practicó el dificil arte de envejecer con generosidad y sentido del humor. Árbol que como nadie supo llevar con dignidad y orgullo su origen provinciano. Árbol que no buscó los halagos y mucho menos los agradecimientos. Prefirió los afectos. Árbol a quien mis hermanos preferían llamarle "Mamá" a pesar de llamarse Teresa.